Había una vez, en un país tan lejano del que nadie conocía su existencia, una familia formada por tres mujeres: “La Abuela, La Madre y La Hija”. Pertenecían a una colectividad de féminas que se extendía por los lugares mas recónditos del planeta. Se las conocía como las “Caperuzas Bermellón”.
Siempre creí que por sus cabellos rojizos, pero en verdad era por sus atuendos. Capas rojas con capuchas que cubrían – a veces - sus cabezas. Decían que era un código que solo ellas manejaban. De esta manera podían engañar sin ton ni son, a cualquiera subiendo o bajando sus capuchas mientras jugaban con el imaginario popular.
La hija ya rondaba los 16, edad en la que Las Caperuzas debían iniciarse en el histórico y desafortunado negocio familiar. Digo desafortunado, porque si bien eran muy buenas en el arte del engaño, siempre, pero siempre algo salía mal. Y esta vez no debía ser la excepción.
- Tomarás tu mochila, tu bicicleta y atravesarás el pueblo sin detenerte jamás. No llevarás puesta la capucha, ya sabes porque - dijo la madre a la joven.
- Al final del camino verás un edificio colonial de unos tres pisos con una inscripción en la puerta que dice: “El Bosque”. Una vez dentro te cubrirás la cabeza y subirás. ¿Ascensor? Nunca. Sin dudarlo deberás utilizar la escalera.- - Ufa - replicó la hija
-¿Por que no debería tomar el ascensor luego de tanto pedalear?-- Porque eres muy joven aún como para diferenciar lo correcto de lo incorrecto – dijo “La Madre”
-simplemente sube por la escalera, golpea la gran puerta de madera y anúnciate como “La Hija”.-
- “La Abuela” te recibirá de brazos abiertos, le entregarás la mochila, le darás un beso y te irás por donde viniste.-
- Ella así sabrá que en verdad eras tu y no ha sido timada. -Si olvidas alguno de los pasos, podrías lamentar el error el resto de tu vida -Sin más preguntas y siguiendo los pasos sugeridos por su madre, emprendió el viaje. Era una hermosa tarde de otoño. El viento soplaba levemente haciendo que algunas nubes opacaran al sol. Luego de una hora de pedalear atravesando el pueblo, comenzaron a caer algunas gotas que para el final del camino ya se habían convertido en espesa lluvia. La joven a mitad del viaje quiso proteger su cabello del agua y se colocó la capucha desobedeciendo las órdenes recibidas. Sin que ella lo notara, un vehículo negro cual auto fúnebre, comenzó sigilosamente a seguirla.Y claro está, la tracción a sangre es mucho más lenta que la trasera, por lo tanto ella llegó al edificio dejándole al auto media hora de ventaja.
Detuvo su bicicleta cerca de “El Bosque” y corrió hasta el interior del edificio, intentando escapar de la lluvia, aunque ya estaba empapada. Una vez dentro, se descubrió la cabeza frente a un espejo y se miró queriendo remediar su aspecto. En el reflejo apareció la figura de alguien más. Un apuesto jóven quien dada su amabilidad le dijo:
-No te preocupes tanto, te ves fantástica, el agua que corre por tu rostro lo hace aún mucho más bello de lo que ya es.- Ella sonrió y rápidamente recordó los consejos de su madre.
- No hables con nadie y ponte la capucha para subir por la escalera.-
Se cubrió nuevamente e intentó deshacerse con una sonrisa del joven, pero éste la detuvo.
- Existiendo el ascensor, ¿por que subirías por la escalera con lo cansada que pareces estar?. Mira ya llegó, ¿subes conmigo?-Ella sabía que no debía hacerlo, pero era tan apuesto y ella tan joven que no logró resistirse.
-¿ Que mas da?- pensó
- Solo son tres pisos, nada demasiado grave podría ocurrir- y subió con él.
Una vez en el tercero, encontró la gran puerta de madera y golpeó.
- ¿Quién es? - se oyó desde adentro.
-La Hija- respondió una voz suave y abrió.
Es difícil decir lo que pasó después, ni siquiera yo lo se bien. El miedo me paralizó, pero intentaré unir las imágenes que están sueltas en mi mente y reconstruirlo.
“La Abuela”, presidenta de las “Caperuzas Bermellón”, tomó de la mochila una pequeña botella que contenía cierto licor. Lo bebió mientras su nieta se retiraba y antes que ésta cerrara la puerta tras de sí, cayó muerta al piso haciendo terrible estruendo.
“Caperucita”, así llamaban a “La Hija” giró sobre sí misma para ver lo ocurrido, y ante mi asombro descubrí que bajo la capucha bermellón se encontraba nada mas y nada menos que un apuesto joven reemplazando a la muchacha. Estaba tan apurado y nervioso que no pudo, por suerte, descubrir mi presencia. Alzó a la anciana y la llevó en brazos corriendo por la escalera hasta el vehículo que se hallaba estacionado en la puerta.
Definitivamente era un coche fúnebre.
Me repuse rápidamente de mi espanto y corrí hasta el ascensor, donde hallé a “La Hija” sumergida en un profundo sueño y sin su capa.
-“Es la maldición de Las Caperuzas”- pensé. Pero ante mi asombro, cuando logré despertar a la menor y llegar con ella a planta baja, pude ver que dentro del vehículo, se hallaba sonriendo y regocijada en su propia maldad, “La Madre”.
El plan por primera vez, había salido perfecto. Ahora ella tomaría el lugar de mando dentro de este enjambre de fieras femeninas, habiendo engañado por igual a las otras dos mujeres.
Y así fue que Caperucita aturdida y asustada de haber sido víctima de tan espeluznante familia, se alejó de ese país tan lejano del que nadie conocía su existencia, para siempre.
¿Y yo?
Yo me fuí con ella.